NUEVA YORK – El mundo está cayendo en una gran desaceleración que probablemente sea la peor en un cuarto de siglo y tal vez desde la Gran Depresión. Esta crisis estuvo "hecha en Estados Unidos" en varios sentidos.
Ese país exportó sus hipotecas tóxicas a todo el mundo bajo la forma de valores respaldados por activos. Los Estados Unidos exportaron su filosofía de desreglamentación de libre mercado cuyo alto sacerdote, Alan Greenspan, ahora admite que fue un error. Los Estados Unidos exportaron su cultura de irresponsabilidad corporativa – opciones de compra de acciones no transparentes, que fomentan la mala contabilidad que ha desempeñado un papel en esta debacle, como lo hizo en los escándalos de Enron y Worldcom de hace unos años. Y, por último, los Estados Unidos han exportado su deterioro económico.
La administración Bush por fin se decidió a hacer lo que todos los economistas le insistieron que hiciera: poner más capital en los bancos. Pero como siempre, el problema está en los detalles, y el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Henry Paulson, puede haber logrado trastornar incluso esta buena idea; parece haber descubierto la manera de recapitalizar a los bancos de forma que el resultado no sea la reanudación del crédito, lo cual no presagia nada bueno para la economía.
Lo que es más importante, las condiciones que Paulson obtuvo por el capital que se proporcionó a los bancos estadounidenses fueron mucho peores que las que consiguió el Primer Ministro británico, Gordon Brown (y ya no se diga las que logró Warren Buffet por inyectar mucho menos al banco de inversiones más sólido de los Estados Unidos, Goldman Sachs). Los precios de las acciones muestran que los inversionistas sienten que hicieron un muy buen trato.
Una razón para preocuparse por el mal negocio que eso representa para los contribuyentes estadounidenses es la amenazante deuda nacional. Incluso antes de esta crisis financiera, estaba previsto que la deuda nacional de los Estados Unidos aumentara de 5.7 billones de dólares en 2001 a más de 9 billones este año. El déficit de este año se aproximará al medio billón de dólares; el del próximo año será incluso mayor, a medida que la desaceleración estadounidense se agudice. Los Estados Unidos necesitan un paquete de estímulos importante. Pero los conservadores fiscales de Wall Street (sí, las mismas personas que produjeron el problema) ahora harán llamados para moderar el déficit (lo que recuerda a Andrew Mellon durante la Gran Depresión).
Previsiblemente, la crisis se ha extendido ya a los mercados emergentes y los países menos desarrollados. Por sorprendente que parezca, se sigue considerando que los Estados Unidos, a pesar de todos sus problemas, son el lugar más seguro para depositar dinero. Esto no es sorprendente, supongo, porque a pesar de todo, una garantía del gobierno de los Estados Unidos tiene más credibilidad que una garantía de un país del tercer mundo
A medida que los Estados Unidos absorben los ahorros de todo el planeta para abordar sus problemas, que las primas de riesgo se disparan, que el ingreso, el comercio y los precios de los productos básicos disminuyen a nivel global, los países en desarrollo se enfrentarán a tiempos difíciles. Es probable que algunos de esos países –los que tenían grandes déficit comerciales antes de que estallara la crisis, aquéllos cuyas grandes deudas nacionales se deben refinanciar y los que tienen vínculos comerciales estrechos con los Estados Unidos– resulten más afectados que otros. Los países que no liberalizaron plenamente sus mercados financieros y de capital, como China, darán gracias por no haber seguido las recomendaciones de Paulson y del Tesoro de los Estados Unidos de hacerlo.
Muchos ya están recurriendo al Fondo Monetario Internacional en busca de ayuda. Lo que preocupa es que, al menos en algunos casos, el FMI volverá a sus viejas recetas fracasadas: la contracción fiscal y monetaria, que únicamente aumentaría las desigualdades globales. Mientras los países desarrollados se dedican a estabilizar políticas anticíclicas, los países en desarrollo se verían obligados a adoptar políticas desestabilizadoras, ahuyentando al capital cuando más lo necesitan.
Hace diez años, cuando estalló la crisis financiera de Asia, se habló mucho de la necesidad de reformar la arquitectura financiera global. Se hizo muy poco – demasiado poco, como ahora ha quedado claro. En ese momento, muchos pensaron que esos llamados grandilocuentes eran un intento deliberado para impedir una reforma real: quienes habían tenido éxito con el viejo sistema sabían que la crisis pasaría y con ella desaparecería también el reclamo de hacer reformas. No podemos permitir que eso vuelva a suceder.
Podemos estar en un nuevo momento de "Bretton Woods". Las viejas instituciones han reconocido la necesidad de las reformas, pero se mueven a un paso muy lento. No hicieron nada para evitar la crisis actual y hay preocupaciones sobre su efectividad para responder ahora que ya ha estallado.
Fueron necesarios 15 años y una guerra mundial para que el mundo se reuniera con el fin de atacar las debilidades del sistema financiero global que contribuyeron a la Gran Depresión. Esperemos que esta vez no nos tome tanto tiempo: dado el nivel de interdependencia global, los costos serían sencillamente demasiado altos.
Pero mientras que los Estados Unidos y Gran Bretaña dominaron el viejo Bretton Woods, el paisaje mundial actual es notablemente diferente. De la misma forma, las viejas instituciones de Bretton Woods estuvieron definidas por un conjunto de doctrinas económicas que ya se ha demostrado que fracasan no sólo en los países en desarrollo sino incluso en el corazón del capitalismo. La próxima cumbre mundial debe enfrentarse a esas nuevas realidades si se quiere trabajar efectivamente hacia la creación de un sistema financiero global más estable y equitativo.